¿Hay una Navidad diferente cada año o podíamos decir que las Navidades son siempre las mismas? Yo creo que si miramos las cosas con rigor, objetividad y perspectiva, llegaremos a la conclusión de que, para bien o para mal, la transformación que ha sufrido la Navidad a lo largo de los últimos años es realmente notoria. Por ejemplo: si analizáramos las navidades de 1959, sin duda llegaríamos a la conclusión de que eran más familiares, más recoletas, más íntimas, más pobres, más espirituales y más religiosas que las navidades actuales. Y que las Navidades actuales son más aparentes, más desaforadas, más paganas, más exteriorizadas, más consumistas y más materiales que las Navidades de 1959. ¿Esto es bueno o es malo? Depende para quién. Para los que negocian con el juguete o el cava seguramente es muy bueno. No opinarán lo mismo los que entregan su alma a la meditación y viven la fiesta en el espíritu. ¿Qué es lo que opino yo? Eso importa muy poco, la verdad, pero no voy a rehuir la pregunta: en los años gozosos de mi niñez, la Navidades eran muchas cosas fantásticas: los padres, los hermanos, los abuelos, el hogar, la lumbre, los perros, los gatos, los zapatos, la ilusión, la nieve… Ahora se resumen en dos: Noche y Buena. Lo demás es parafernalia y desafuero. Evidentemente, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. El futuro es de los jóvenes. ¡Aleluya!
Viaje a la soledad
Si hablamos de la soledad tendremos que poner algún que otro adjetivo, ya que a la soledad le pasa como al colesterol, que hay una mala y otra buena, una amada y otra temida, una de cárcel y otra de libertad. Ello no es óbice para que puedan convivir simultáneamente en una misma persona. De hecho, yo viví un tiempo en el que creí beneficiarme de una a la vez que me sentía lacerado por la otra. Quedó expresado así:
La madre.
Hilaba humanidad en una rueca
nocturna, silenciosa, infatigable.
El fuego era amoroso, respetable.
Olía a cuajarones y a manteca.
Haciendo un somero cálculo crono-genético-antropológico, es decir, aplicando al diagrama espacio-tiempo la cuenta de la vieja y luego multiplicando por “pi minus erre”, como diría el poeta Gabriel y Galán en su dualidad extremeño-castellana, llego a la conclusión de que al escribir este poema tenía la edad de treinta y siete años.
-¿Y tú crees que ahí puede situarse la mitad de la vida?
-Puede, sí señor.
-Pues entonces te quedan siete, Marianín, a no ser que se equivoque la vieja…
-Más fácil es que el “pi minus erre” confunda los ojos de la Parca y los sitúe en caminos de oscuridad, de forma que no pueda observarme.
-No me imagino a la Parca dando palos de ciego.
-Yo tampoco, amigo, pero ni tú ni yo sabemos hasta donde llega el poder visionario-oftalmológico de la Once, del que ya advirtió un día Ernesto Sabato en su famoso “Informe de ciegos”…
1.- De poco vale saber que existen otras cosas en el mundo. La corrupción y la crisis acaparan nuestras mentes y nuestras vidas. El día que se acaben enmudecerán nuestras radios y nuestros bares, nuestros periódicos y nuestras televisiones.
-No se preocupe usted, amigo, que la crisis va a ser duradera.
-¿Y la corrupción?
-La corrupción es la prostituta de los posicionados. No morirá jamás. ¿Ha visto usted un mínimo de arrepentimiento entre los que van un tiempo a la cárcel?
-Ninguno.
-Entonces, ¿cómo van a arrepentirse los que ni siquiera han sido pillados con las manos en la masa? Por cierto, ¿sabe usted cuántos son, siquiera aproximadamente?
-No, pero podemos contarlos…Uno, mil, diez mil… Solo hay que aclarar unos leves detalles: ¿aceptamos el nepotismo como animal de compañía? ¿Y los trabajos en B del fontanero?